Baldosas rajadas
- ¡Me cagu en dié! ¡se me manchó la costura del pantalón de pana!
Pletonio rezongó porque no era la primera vez que le pasaba, siempre el mismo incidente, siempre la misma vereda, siempre la misma salpicadura.
Sin perder el enfoque en la circunstancia, volvió su mirada hacia el paisaje que lo perturbaba cada mañana, una esquina pintada en la gama del gris mezclado con marrón. Luego, frunció el ceño y apretó los dientes mientras escupía una puteada lastimosa hacia el cielo.
¿Y tanto espamento por qué? Es que mañana comenzaría de nuevo su desafío matinal al salir del complejo Malibú, un complejo setentoso con techo de tejas moradas y persianas ajadas por la variabilidad térmica de la ciudad.
Arrancó la mañana del martes y llovía parejito... La vieja del 8 se resbaló en la vereda y se cayó de culo en un charco. ¡Cómo reía Pletonio! aunque sabía que era por un ratito porque, en lo más profundo de su ser, temía llegar a la esquina traicionera que lo salpicaba cada mañana.
Esa día, caminó a paso firme intentando no pensar que tenía que llegar al 666 de 12 de Octubre pero en realidad se le helaba la sangre sabiendo que se toparía nuevamente con sus archirrival, las baldosas rotas. A 60 metros ganó coraje e hizo un firulete con los brazos para demostrar que era muy cojudo y que era repiola. Y llegó a su destino como un héroe, pisó cada centrimetro de vereda con bronca, esgrimiendo una risa macabra y estrepitosa. Pletonio estaba feliz y, notando que no lo sapicaban, se creyó un invencible justiciero. Pero, de pronto, tras una bocada de humo y una corriente de fuego, la vereda se abrió de par en par y se lo tragó para depositarlo derechito en el infierno.
¡Que cara pagó la lección Pletonio de soberbia! Al final, en el Goyena le hubiese salido más barato.
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